Entre los males resultantes de las riquezas, uno de los mayores es la idea corriente de que el trabajo es degradante. El profeta Ezequiel declara: “He aquí que ésta fué la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, hartura de pan y abundancia de ociosidad tuvo ella y sus hijas; y no corroboró la mano del afligido y del menesteroso”. Ezequiel 16:49.
Aquí se nos presentan los terribles resultados de la ociosidad,
que debilita la mente, degrada el alma y pervierte el entendimiento haciendo
una maldición de lo que fué dado como una bendición. Los hombres y mujeres que
trabajan son los que ven cosas grandes y buenas en la vida, y son los que están
dispuestos a llevar sus responsabilidades con fe y esperanza.
Muchos de los que siguen a Cristo tienen que aprender todavía la lección esencial del
contentamiento y la diligencia en los deberes necesarios de la vida. Requiere
más gracia, y más severa disciplina de carácter, el trabajar para Dios como
mecánico, negociante, abogado o agricultor, cumpliendo los preceptos del
cristianismo en los negocios de la vida, que el trabajar como misioneros
reconocidos. Se requiere vigoroso nervio espiritual para introducir la religión
en el taller, la oficina, santificando los detalles de la vida diaria, y
ordenando toda transacción de acuerdo con la norma de la Palabra de Dios. Pero
esto es lo que el Señor requiere.
El apóstol Pablo consideraba la ociosidad como un
pecado. Aprendió el oficio de hacer
tiendas en todos sus detalles, importantes o insignificantes, y durante su
ministerio trabajaba a menudo en ese oficio para mantenerse a sí mismo y a los
demás. Pablo no consideraba como tiempo perdido el que pasaba así. Mientras
trabajaba, el apóstol tenía acceso a una clase de personas a quienes no podría
haber alcanzado de otra manera. Mostraba a sus asociados que la habilidad en
las artes comunes es un don de Dios. Enseñaba que aun en el trabajo de cada día
se ha de honrar a Dios. Sus manos encallecidas por el trabajo no restaban
fuerza a sus llamamientos patéticos como ministro cristiano.
Dios quiere que todos trabajen. La atareada bestia de carga responde mejor a los propósitos de su creación que el hombre indolente. Dios trabaja constantemente. Los ángeles trabajan; son ministros de Dios para los hijos de los hombres. Los que esperan un cielo de inactividad quedarán chasqueados; porque en la economía del cielo no hay lugar para la satisfacción de la indolencia.
Pero se promete
descanso a los cansados y cargados. El siervo fiel es el que recibirá la
bienvenida al pasar de sus labores al gozo de su Señor. Depondrá su armadura
con regocijo, y olvidará el fragor de la batalla en el glorioso descanso
preparado para los que venzan por la cruz del Calvario. ECR 319,320
**Por todos lados hay padres que
están descuidando el instruir y preparar a sus hijos para el trabajo útil. Se
permite a los jóvenes que se críen en la ignorancia de los deberes sencillos y
necesarios. Los que han tenido este infortunio, deben despertar y asumir la
carga del asunto ellos mismos. Si alguna vez esperan tener éxito en la vida,
deben hallar incentivos para emplear útilmente las facultades que Dios les ha
dado.—Consejos para los Maestros Padres y Alumnos, 261-267.
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